12 de diciembre de 2016

La invisibilidad de las obreras del textil (1900-1960) (3ª Parte y final)



Autora: Mª Teresa López Hernández
Publicado: Revista de Ferias y Fiestas de Béjar, 2016, pp. 48-53. 

Dos de las principales reivindicaciones de la clase obrera fueron la reducción de la jornada laboral y el descanso dominical.

El descanso dominical para todos los trabajadores fue reconocido por Ley de 3 de marzo de 1904, porque para las mujeres y los menores ya se contemplaba en la Ley de 1900. No obstante, el incumplimiento era patente incluso bastantes años después de su promulgación. 

 Trabajadoras textiles en una fábrica de Nueva York
Foto sacada de aquí


Quedaba constatado que en Béjar, en 1913, “el descanso dominical sólo se observaba en el textil por los varones”. Los menores también trabajaban en domingo y más horas de las permitidas, aunque se reconocía que las condiciones eran menos penosas que en Cataluña[1].
 

El primer límite de jornada se estableció en 1902 sólo para mujeres y menores  con un máximo de 11 horas diarias.

5 de diciembre de 2016

La invisibilidad de las obreras del textil (1900-1960) (2ª Parte)



Autora: Mª Teresa López Hernández
Publicado: Revista de Ferias y Fiesta de Béjar, 2016, pp. 48-53.

La lucha obrera por conseguir una mejora de las condiciones laborales generó una gran conflictividad social que, unida al cambio de la legislación internacional, obligó a los países a incorporar los avances para no peder competitividad y condujo a reformas institucionales y legales[1].

En 1903 se creó el Instituto de Reformas Sociales y más tarde, en 1920, el Ministerio de Trabajo, a la vez que se fue configurando una legislación laboral que pretendía “proteger” a la mano de obra más frágil: mujeres y niños,  extendiéndose posteriormente al resto de trabajadores.



Una “protección” que muchas veces las mujeres no vieron como tal, puesto que no se las tuvo en cuenta a la hora de elaborarlas y les produjeron perjuicios que condujeron a incumplimientos no sólo por parte de la patronal, sino por parte de las mismas trabajadoras que veían como esas normas les privaban de trabajo sin aportarles ningún beneficio a cambio.

28 de noviembre de 2016

La invisibilidad de las obreras del textil (1900-1960) (1ª Parte)



Autora: Mª Teresa López Hernández
Publicado: Revista de Ferias y Fiestas de Béjar, 2016, pp. 48-53.

Una de las características fundamentales del mundo laboral a finales del siglo XIX, que continuaría durante la primera mitad del siglo XX, fue la masiva incorporación de las mujeres a talleres y fábricas, no significando ello que hasta entonces hubieran permanecido apartadas del trabajo o sólo se hubiera circunscrito al ámbito doméstico.


Se emplearon sobre todo en aquellas actividades que tradicionalmente habían ejercido para los que no se requería mucha formación y sí bastante habilidad, como fue el sector textil.

 Monumento dedicado a las obreras bejaranas y titulado "A ti, mujer", 
del escultor Pedro Requejo Novoa. Béjar.


Béjar, centro industrial textil, contó con un buen número de trabajadoras de las que apenas tenemos noticias. Es cierto que las noticias sobre los obreros del textil en la prensa se limitaban a dar cuenta de los numerosos conflictos laborales que protagonizaron. Las obreras no permanecieron ajenas a esos conflictos, pero se las menciona en sus inicios desapareciendo toda referencia posterior en los procesos de negociación y conclusión.


Así sabemos, que en noviembre de 1911, en la huelga declarada por los obreros cardadores, ante la negativa de los patronos a aceptar las bases de un nuevo contrato en el que se pedía aumento de jornal, todos los obreros abandonaron la fábrica  incluso las mujeres[1].


 Obreras de una fábrica textil catalana. 
Foto sacada de aquí

21 de noviembre de 2016

Santos Neira, el Quijote y el Duque de Béjar




Autor: Jorge Zúñiga Rodríguez

     Algunos de los que celebramos (y seguimos celebrando) el fantástico relato Don Quixote en Béjar de José Francisco Fabián García, ganador del XLVII Concurso Literario del Casino Obrero de Béjar publicado en cuatro capítulos en Pinceladas de Historia Bejarana en abril pasado (2016), nos preguntamos si no habría en la trama del Quijote cervantino alguna alusión velada al duque de Béjar, aparte de la evidente dedicatoria y los versos de cabo roto.


Retrato de Miguel de Cervantes Saavedra , Barcelona, Espasa Hermanos Editores, 1879


      Santos Neira Gutiérrez vive en Valdepeñas (Ciudad Real), Castilla-La Mancha. Con estudios de máster en otras disciplinas en la Universidad de Salamanca, estudia actualmente Geografía e Historia en la UNED. Durante la preparación del 400° aniversario de la muerte de Cervantes, la Agencia Efe dio a conocer una novedosa propuesta suya: El Quijote es un libro de acertijos en el que Cervantes oculta desde sus primeras líneas que la ciudad es Toledo, la única con permiso de culto de las tres religiones en el siglo XVI, con lo que los musulmanes comían lentejas el viernes, los judíos ayunaban el sábado y los cristianos comulgaban el domingo. Es lo que defiende Santos Neira, que no es "un lector empedernido" ni un experto en literatura o lengua, sino un diseñador de interiores manchego, amante de la historia y del siglo XVI, que el año pasado se topó con el Quijote oculto "por auténtica casualidad", buscando la indumentaria que utilizaba el hidalgo. Se percató, según ha explicado a Efe, de que Miguel de Cervantes escribió "un libro de jeroglíficos" en el que cada capítulo lleva por título el enunciado de una adivinanza.

14 de noviembre de 2016

De cómo un descendiente del primer duque de Béjar acabó siendo rey de Francia (2ª Parte y final)



Autora: Carmen Cascón Matas
Publicado: Béjar en Madrid nº 4.756 (1/07/2016), p. 6.

            Isabel de Zúñiga y Pimentel murió en 1520, a los cincuenta años de edad, mientras el linaje de los Alba iba engrandeciéndose cada día. Su esposo Fadrique Álvarez de Toledo, segundo Duque de Alba, además de otros títulos y señoríos, era capitán general de Andalucía y miembro del Consejo de Estado. Tras la muerte de la reina Isabel había continuado siendo la mano derecha del rey Fernando y, una vez muerto este, de su nieto y sucesor Carlos I, a quien acompañó en sus numerosos viajes por Europa junto a su segundo hijo Pedro y su nieto Fernando, hijo de su primogénito muerto y futuro heredero del ducado. En el año del fallecimiento de la reina Isabel la corona había honrado a don Fadrique con la dignidad de Grandeza de España y después, a la llegada al trono de Carlos I, con la concesión de la Orden del Toisón de Oro. Tras la muerte de su primera esposa, nuestra Isabel de Zúñiga, Fadrique casó de nuevo con Leonor Pimentel y Zúñiga.


 Pedro Álvarez de Toledo, virrey de Nápoles y marqués de Villafranca

            Sin embargo, el ambicioso Fadrique Álvarez de Toledo no centró su política de linaje únicamente en su nieto y heredero, sino también en sus hijos Pedro, Juan, Diego y Aldonza Álvarez de Toledo y Zúñiga. Nos fijaremos en el primero para continuar con los sucesores de nuestra retratada, Isabel de Zúñiga. Pedro[2] llegó a ser nombrado virrey de Nápoles 1532 justo un año después de la muerte de su padre en Alba de Tormes. Es entonces cuando se embarca con su mujer, María Osorio y Pimentel, segunda marquesa de Villafranca, y los siete hijos habidos en el primer matrimonio rumbo a su nuevo destino italiano. La labor que desarrolló en Nápoles durante los 20 años de su virreinato destacó por su intensa labor diplomática y su sentido de la justicia, frenando conflictos armados y ejerciendo de digno príncipe del imperio, además de demostrar un fino gusto artístico. En este sentido los historiadores alaban su labor como mecenas de artistas y literatos desatacados del Renacimiento y embellecedor de Nápoles hasta su muerte en 1553.